Una “distopía ambientalista”, se anuncia el reciente libro de Margarita Mainé, muy conocida por su prolífica obra para chicos, que encara esta vez una novela para jóvenes. Una “distopía histórica”, podría pensarse también, porque esta historia de ficción que transcurre en el futuro, muestra puntos de contacto muy concretos y reales con el pasado reciente argentino y latinoamericano. Con un ritmo que atrapa al lector de todas las edades y lo lleva en raudo viaje hasta la última página, con precisión literaria y potencia narrativa,  El secreto de la cúpula, publicado recientemente por Norma, resulta una novela que trasciende edades de lectores potenciales y también géneros, más allá de que esté claramente enfocada en eso que ahora está de moda llamar “distopía”, y que tiempo atrás resultaba ciencia ficción. 
La historia es la de Tadeo, un joven huérfano que vive con su abuela. Y, se sabrá más adelante, la de una familia a la que, también en el futuro, ronda una palabra: desaparecidos. Antes de morir, la abuela le hace un pedido especial: tiene que buscar el sol. Pero Tadeo no sabe lo que es el sol; jamás le han hablado de eso en la escuela, ni siquiera aparece la palabra cuando la marca en la pantalla que lo acompaña a todos lados. La muerte de la abuela, las pistas que ella fue sembrando (y que, se da cuenta ahora Tadeo, no siempre supo escuchar), le abrirán un camino hacia la verdad de su identidad y de lo que está pasando en su país. Que es, a la vez, una gran aventura, que compartirá con otros pares, entre ellos, la chica que le gusta. 
“La exageración es una de mis inspiraciones”, cuenta con gracia Mainé sobre los orígenes de esta historia. La otra inspiración para esta novela fantástica, cuenta también, fue la más concreta y cercana realidad. “La idea surgió hace más de quince años, mientras el país atravesaba tiempos complejos, después de que se privatizaran las empresas del Estado. Parecía que todo se podía vender y comprar y la llamada deuda externa crecía desmesuradamente”, recuerda la autora. “Mi indignación trastrocó en exageración, pensando que, ya que vendían todos los recursos naturales, a algún político corrupto podía ocurrírsele también vender los rayos del sol. ¿Por qué no?”. 
–Así planteada, no resulta una idea tan lejana. De hecho, los recursos naturales son hoy pensados como bienes “buscados”… 
–Bueno, el segundo disparador para mi imaginación fue, justamente, escuchar a un viajero contar que en Londres, en Berlín, en muchas ciudades de Europa, los días soleados no son tan frecuentes como en Latinoamérica. 
¿Es que tienen de todo pero no tienen sol? Luego, buscando información, descubrí notas sobre el TAE, trastorno afectivo estacional, que surge especialmente en invierno en los países en los que falta el sol, y que aumenta las depresiones y los suicidios.
–Ese tema aparece en el libro. ¿Algún otro, que haya surgido de su observación?  
–Una idea más… en esos tiempos andaba por Buenos Aires mirando hacia arriba, deslumbrada por las hermosas cúpulas de los edificios antiguos. Eso también lo tomé, al punto que quedó en el título. Con estos ejes comencé a armar esta historia sin pensar qué tipo de género estaba eligiendo. No tengo ni idea de adónde voy cuando escribo, soy muy insegura y ensayo muchas versiones hasta llegar a la definitiva.
–Finalmente, quedó una novela de ciencia ficción, o distopía, como se dice ahora. ¿Por qué? 
–En la primera versión de la novela estaba confusa y fueron las editoras Laura Leibiker y Virginia Ruano las que me ayudaron a fortalecer y clarificar el género. Como tarea inspiradora volví a leer 1984 y Un mundo feliz, dos libros que me encantan, como para encontrar un tono a la ciencia ficción, ya que era mi primera experiencia en ese género.
–Tomó términos y conceptos muy específicos que remiten al pasado real, para contar una historia ficticia del futuro: “desaparecidos”, “grupos de miltancia”, “marcha de protesta”… 
– Dudé hasta último momento sobre usar o no la palabra “desaparecidos”, ¡las editoras pueden contarlo! Es una palabra a la que le tengo un gran respeto, que involucra mucho dolor, y me costaba apropiármela para una ficción. La lucha de las Madres y de las Abuelas sin duda fue la inspiración de esos pasajes de la novela que hablan de grupos de militancia, marchas, etc. Pero quizás lo que más me motivaba era transmitir la fuerza de esa abuela que tiene ganas de luchar cuando muchos jóvenes ya las perdieron.
–Dice que esta historia surgió hace más de quince años. ¿Por qué se edita ahora?
–La novela quedó encajonada más de una década, porque yo pensaba que había perdido vigencia. Fue un hecho lamentable el que me hizo retomarla: la desaparición de 43 estudiantes de profesorado en México, en septiembre de 2014. Esa noticia me golpeó como un pasado que regresa, y que puede ser futuro. Porque hay cosas que uno ilusamente piensa que no pueden volver… que no se pueden repetir… pero se repiten y duelen y se vuelven aun más incomprensibles. Fue así que sentí que escribir esa novela para adolescentes volvía a tener sentido para mí. Así como las gestas históricas se repiten, entendí que también podían repetirse las desapariciones forzosas. Ni decir que ya estábamos corrigiéndola cuando también la idea de deuda externa volvió a crecer, acompañada de más capitalismo. Y si con dinero se puede hacer de todo… ¿No podrán venderse los rayos del sol?
–Otro aspecto sobresaliente de la novela es el rol que le asigna a la escuela como portadora y reproductora de discursos, de ideología. Son muchos los pasajes que se detienen a contar situaciones y contenidos. ¿Por qué puso el foco allí?
–Llevo toda una vida en la docencia. La escuela es para mí un ámbito muy conocido. Podríamos decir que, al ser Héctor y yo una pareja de docentes, las escuelas han sido como parte de nuestro hogar siempre. Y es parte de la distopía ver cómo muchas veces en las escuelas se intenta formar jóvenes “competentes” pensando que la única manera de vivir es compitiendo y, por supuesto, ganando. En la historia puede parecer que llevé algunas cuestiones al extremo, pero desgraciadamente se parecen bastante a cosas que suceden en las escuelas de excelencia, donde no se fomenta la solidaridad ni la unión sino la salvación individual.
–¿Conoce algún ejemplo?
–Claro, el propio. Cursé el secundario durante la dictadura. En el colegio se murmuraba que en cada aula había un micrófono y que el director podía escuchar lo que se decía en las clases. Tomé esa idea para la novela. No sé si era mito o fantasía, pero no me llamaría la atención que hubiera sido así. Ya estudiando el profesorado en el Instituto Eccleston, entre 1978 y 1980, las mejores profesoras habían sido desplazadas y cubrieron sus cargos esposas de militares. Por lo cual mi formación, sobre todo en literatura, fue paupérrima. Fue en las aulas, ya como trabajadora de la educación y después del regreso a la democracia, que conocí a Laura Devetach, a Graciela Cabal, a Graciela Montes. Algo me disgustaba de los cuentos que me hacían leer en el profesorado, de las ideas que trataban de transmitirme. Fui descubriendo sola que eso era ideología y que no era la mía.
–Es decir que en esta historia de un futuro posible, aparecen sus propias vivencias en épocas de dictadura… 
–Muchas. En la escena final hay un detalle (que no voy a revelar porque estaría contando ese final, y que invito a los posibles lectores a que descubran) que remite al silencio que se vivía en la dictadura. Uno no sabía de qué lado estaban los demás, porque de eso no se podía hablar. Esa idea, el recuerdo de lo que se sentía al vivir así, en la continua desconfianza del otro, o en la obligación a ignorarlo, fue la inspiración para esa escena.  
–Como escritora es conocida todo por escribir historias para los más chicos. Dice que escribe poco para jóvenes porque “le lleva mucho tiempo ponerse a su altura”. ¿Por qué?
–Me siento más cómoda escribiendo para los más pequeños. Fui maestra de nivel inicial y de primaria y creo que manejo mejor sus lenguajes, sus tiempos… El tono de un adolescente me cuesta mucho más, y en este caso el trabajo con las editoras se me hace imprescindible. Son ellas las que me dicen: esta expresión desentona, este párrafo confunde, esta idea está buena para desarrollarla más... Me gustan los desafíos, y por eso me inclino a escribir lo que más me cuesta.